Thursday 22 May 2008

A night in Soho

Jessica promised amazing girls for £5 and private dancers for £10. It sounded like the bargain of the night.

Her beauty made Soho look like paradise and lured us in.

She turned out to be the hook, and we were the perfect fish. 

Market for debauchery

We were looking for a story.

And Jessica was not the first to offer us forbidden “delights” that night. ‘Exotic’ girls (read from any ethnic background), marijuana, hashish and cocaine were all on offer. All we had to do was ask.

“Looking for girls? I have some just around the corner. They are clean, they don’t do the streets.” We heard these words over and over again.

We wanted to talk to a girl, but talk’s cheap and wasn’t on sale that night. What was being sold, however, was a show for £30, or “£35 for a blow job, £40 if you want positions.”

Open-minded…and unpredictable 

So there we were, negotiating, terrified but intrigued by the temptation pretty, blonde Jessica offered.

Can we talk to a girl while she is dancing for us? “Yes,” she answered. Is it only £10? “Yes.” Can we ask you to dance for us? “Yes.” 

Until this point, our evening had been very ordinary. Earlier, we had met up with Sergio and Arturo, who frequent Soho’s gay bars and clubs. 

“Soho’s great! Specially because it’s not just a gay zone. Many straight people come here, especially girls who feel safe in gay bars,” Sergio said.

Ironically, a couple of Spanish tourists we spoke to later couldn’t get out of the place fast enough, once they realised they were in a gay bar. 

Beware of clip joints 

Getting back to Jessica and her promise of giving us a good time, we paid her £5 and were soon sitting in a dark little room. Another blonde kept us company while a beautiful brunette served us two glasses of rather tasteless beer. 

Then we asked Jessica to deliver on her promise of a private dance. And that’s when things got ugly.

The blonde's smile vanished and she demanded £35 more despite the bargain we had struck. She also asked for £200 for “further services”. 

Our refusal to pay more money translated into a trip back to the reception where a grumpy Madame demanded that we pull out some more money and search our pockets and wallets, while a huge bouncer breathed down our necks.

We were lucky to get away only £20 poorer.

Our experience is not dissimilar to those experienced by other men trapped in ‘clip joints’.

A recent article in The Independent talked about “stories of men having their wallets emptied or being marched to cash machines by bouncers and forced to hand over £500 for a couple of soft drinks and a 20 minute chat with a scantily clad young hostess.” 

Incidentally, last year, councils sent text messages to warn unsuspecting customers of Soho’s treacheries.

The message from Westminster City Council read: "£5 to get in, £500 to get out. Criminals operate some of the hostess bars in Soho. Don't enter without knowing what you'll get for your money."

We got the message the hard way. 


Saturday 3 May 2008

Una noche en el Soho de Londres


Jessica prometía deslumbrantes y complacientes chicas por sólo 5 libras, danzas privadas por 10. El trato sonaba como la ganga de la noche.

Su casi cinematográfica belleza hacía que el Soho pareciera un paraíso y pudo más que cualquier duda y nos atrajo escaleras abajo. La rubia este-europea, que de hecho podría haber posado para un pintor renacentista, resultó ser el perfecto anzuelo para la presa perfecta, nosotros.

Mercado de libertinaje

Mi colega y yo llegamos al Soho en busca de una historia que escribir para nuestro sitio online, parte de nuestra maestría en una universidad londinense. 

Cuando nos encontramos con Jessica, habíamos estado una larga media hora rondando las calles estrechas de la zona, hechas a la medida de las más íntimas transacciones y otros negocios. 

Su oferta era la vigésima que escuchábamos, luego de constantes proposiciones de proxenetas que no parecían preocupados por la cercana policía y publicitaban un menú que iba desde las chicas de cualquier “origen étnico” hasta la marihuana, el hachís o la cocaína. 

“¿Buscando chicas? Tengo algunas al doblar de la esquina. Están limpias, no trabajan en la calle”. Lo escuchamos una y otra vez. 

Regateamos cordialmente, pero sin éxito. Sólo queríamos hablar con una de las muchachas, pagando una tarifa módica, por supuesto. Pero no había tarifa para la conversación, y nuestros bolsillos no llegaban ni al más bajo de los precios fijados. 

“Treinta libras por un show, 35 por sexo oral (blow job) y 40 si quieres posiciones”, nos dijo uno de los “agentes de ventas” y colocó un chiste al final: “la imaginación también cuesta”. 

Liberal, e impredecible

Así que allí estábamos, negociando, indecisos entre la aprensión ante lo desconocido y la tentación de sucumbir a la talentosa gestión de venta de la rubia Jessica en la entrada del club. 

“¿Podemos hablar a la chica cuando esté danzando para nosotros?” “Sí”, respondió. “¿Sólo por 10 libras?” “Sí”. “¿Podemos pedir que bailes tú?”. “Sí”. 

Hasta ese momento, la noche había transcurrido sin grandes sobresaltos. Más temprano habíamos conocido a Sergio y Arturo, españoles residentes en Londres que con frecuencia disfrutan un trago en el relajado ambiente gay del Soho. 

“Es un lugar para mentes abiertas, tolerante, no es sólo una zona gay. Muchos heterosexuales vienen al Soho, especialmente muchachas que quieren divertirse y se sienten seguras en los bares gay”, dijo Sergio. 

Afuera de un bar gay, dos chicas hablaban animadamente. Quisimos corroborar lo que nos había dicho Sergio, así que preguntamos qué hacían allí. La comunicación fue rápida, clara y en castellano, pues ambas eran turistas españolas. 

“¿Qué hacemos aquí?, pues nada, a tomar un café”, nos respondieron, extrañadas. Tras presentarnos, les explicamos el por qué de la pregunta. Fue como si saltara un resorte. “¿Un bar gay?”, preguntaron, con cara de estar sentadas sobre un nido de serpientes. Se alejaron casi corriendo y en menos de un minuto las perdimos de vista… 

Cuidado con los clip-joints

Después de pagar 5 libras a Jessica por la entrada, estábamos sentados en una oscura y estrecha, calurosa sala donde otra chica nos sirvió dos vasos de insípida cerveza y nos dio conversación tan neutra como la cerveza. 

Sólo queríamos la entrevista, y queríamos hacerla con Jessica. Así que pedimos verla y fue entonces, en el momento en que demandamos lo prometido, que comenzaron nuestras tribulaciones y el final en picada de la noche. 

La cortesía de la chica de la cerveza desapareció de golpe, nos mostró un recibo y dijo que debíamos pagar 35 libras por los cinco minutos de plática, y otras 200 si queríamos más.

En medio de la confusión –la chica exigiendo el pago, nosotros exigiendo ver a Jessica y reclamando que se cumpliera lo que nos había prometido- fuimos llevados de vuelta a la recepción, donde ahora, en lugar de la sonriente Jessica, una señora disgustada y con seriedad de agente policial, más bien amargura, nos gritaba que debíamos pagar. 

Debimos vaciarnos los bolsillos y mostrar las billeteras para convencerla de que no teníamos dinero, mientras a nuestras espaldas un enorme bouncer –también con cara de agente policial, o antimotines- esperaba en silencio y al frente una cámara de video mostraba la escena al oculto dueño del negocio, estilo Gran Hermano orweliano. 

Tuvimos suerte de que nos dejaran salir, tras dejar sólo 20 libras. 

La noche que iniciamos frente al legendario Revue Bar, en busca de una historia y movidos por la reciente muerte del Rey del Soho, Paul Raymond, terminó convertida en una frustrante y a la vez didáctica jornada, con nosotros convertidos en materia prima para una crónica. 

Hace poco, el diario londinense The Independent decía que “abundan las historias en el Soho de hombres con sus billeteras vaciadas o llevados a los cajeros automáticos por bouncers que los obligan a desembolsar 500 libras por un par de tragos aguados y veinte minutos de charla con una anfitriona ligera de ropa”.

Son los llamados clip joints, donde “desprevenidos clientes terminan pagando extravagantes tarifas por servicios sexuales prometidos pero no entregados y tragos alterados”, según The Independent.

El pasado año, los consejos londinenses enviaron mensajes de texto a los teléfonos celulares de muchos ciudadanos, advirtiéndoles sobre las trampas del Soho.

El mensaje del Consejo de la Ciudad de Westminster –donde está el Soho- advertía: “Cinco libras para entrar, 500 para salir. Varios de los bares de chicas del Soho son operados por criminales. Nunca entre sin estar seguro de lo que obtendrá por el dinero que está pagando”.

Desafortunadamente, mi colega y yo no estábamos en Londres por entonces y no recibimos el mensaje. Pero sí lo recibimos unos meses más tarde, de una forma menos literal.


Foto: Ian Britton