Sunday 20 January 2008

Puertos del Caribe: escalas de una fecunda encrucijada


La ciudad se abre al día y cobran vida las bajas casas de intensos colores, los recios palacios y las plazas para el paseo o el comercio.

Suena el clarín de las tropas en la fortaleza y entre toques de campanas, pregoneros, artesanos y fieles que se apuran a misa, comienzan a flotar los olores en libérrima yuxtaposición: aguas de lavanda, especias, tasajo, bacalao, orines y otras excrecencias, tabaco, frutas, maderas y pieles curtidas, cuerpos sin baño por muchos días o que regresan de una noche de desahogo tras larga travesía.

El puerto es centro del ajetreo: entrada y salida de mercancías y hombres, noticias, novedades literarias e ideas; de buenas y malas cosas como pueden ser una compañía de ópera italiana y el telégrafo o una epidemia y una invasión.

Aventureros y descubridores, luego conquistadores y colonizadores fueron fundando las ciudades. Cercanas a un río, a frecuentadas rutas de comercio, en una bahía de suficiente calado y buenos aires.

Y crecieron las capitales del Caribe: de villorrios de madera y guano con decenas de almas a imponentes ciudades fortificadas como La Habana, San Juan, Cartagena y Santo Domingo, o puertos de casi lúdico pintoresquismo como Willemstad u Oranjestad, al estilo holandés.

El Gran Caribe –espacio que trasciende Las Antillas- fue por siglos zona vital del comercio entre Europa y América.

España detentó el monopolio pero otras potencias escamotearon espacios y floreció, además, el contrabando, imprescindible para poblaciones que, por encima de cualquier ley, requerían provisiones.

Se extendió un intrincado sistema de relaciones comerciales intra e interregionales basado en ciudades-puertos, que convirtió a estas cuatro esquinas del orbe en un sustancioso caldero de nacionalidades y cruces culturales.

La piratería, el corso, bucaneros y filibusteros, y las hostilidades entre las potencias, influyeron también en la vida cotidiana, costumbres y arquitectura militar que definen hoy a muchos puertos del Nuevo Mundo.

De cara al mar
“La Habana es, de todos los puertos que conozco, el único que ofrezca tan exacta sensación de que el barco, al llegar, penetra dentro de la ciudad”, escribió Alejo Carpentier.

Centro neurálgico del Imperio Español, punto de encuentro de rutas comerciales, creció a la orilla de su puerto y se nutrió de él.

Los mismos artesanos que construían los grandes barcos –entre los cuales estuvieron los mayores del orbe en un tiempo- daban forma a la madera en las grandes mansiones aún en pie.

Por el puerto salían el tabaco que tomó el nombre de la ciudad, el azúcar y otras riquezas, mientras desembarcaban manufacturas y lujos de Europa, esclavos con sus fuertes tradiciones, inmigrantes en pos de fortuna, viajeros deslumbrados ante la plaza portuaria más importante de América.

Era la tercera ciudad más grande del Nuevo Mundo en el siglo XVIII después de México y Lima, mayor que Boston o Nueva York.

Su sistema fortificado se expandió entre el siglo XVI y el XVIII, cuando tras la breve pero intensa ocupación inglesa -700 barcos entraron al puerto entre 1762 y 1763, casi 40 veces más que lo habitual- se construyó la mole de San Carlos de la Cabaña.

San Carlos completaba con el Morro, La Punta y La Fuerza un complejo en torno a la bahía que mucho habla de cuánto interesaba a la Corona la posesión de San Cristóbal, que sigue siendo el mayor de los puertos cubanos: Santiago de Cuba, Cienfuegos, Matanzas, Nuevitas, Mariel, Manzanillo...


Perlas del Caribe

La “ciudad amurallada”, el Viejo San Juan concebido por Ponce de León en el XVI, es otro reservorio de arquitectura colonial en el Caribe: defendida por las fortalezas de San Felipe del Morro, San Juan de la Cruz y San Cristóbal, muestra reliquias como su cathedral.

Colombia cuenta con los puertos de Cartagena de Indias (el sistema colonial más fortificado de Sudamérica y una parte amurallada) y Barranquilla.

A 30 km. de Caracas, La Guaira, entre la cordillera y el mar bravo, es la puerta de entrada a Venezuela y atesora un casco histórico que ha sobrevivido a terremotos e inundaciones.

Puerto Cabello, segundo del país, data del siglo XVI y hoy, además de recibir gruesas importaciones de materias primas y tener una gran refinería de petróleo, es centro histórico y turístico.

Santo Domingo, primera ciudad europea del Nuevo Mundo, conserva algunas de las edificaciones primadas en el continente: la primera catedral, el primer monasterio, primer hospital, primera universidad y primera corte de leyes.

Desde sus museos, plazas y calles estrechas se puede recordar a cuantos conquistadores partieron a otras tierras desde sus costas, también asoladas por los piratas como en aquel día de 1586 en que Drake la saqueó resguardado por 20 barcos y 8.000 hombres.

Si seguimos el litoral dominicano llegaremos a Puerto Plata, otrora refugio de piratas y corsarios, hoy centro mundial de la producción de ámbar, puerto mercante pero sobre todo turístico, con su teleférico al monte Isabel de Torres.

Volando al oeste estaremos pronto en Kingston, Jamaica, otra de las tierras que pasaron de españoles a ingleses y antaño uno de los centros más activos del tráfico de esclavos.

Es ciudad cosmopolita, santuario del reggae y otros ritmos caribeños, con sus muestras de arquitectura georgiana y el concurrido mercado de Orange Street.

El séptimo puerto natural más grande del mundo exporta productos agrícolas y, sobre todo, bauxita y aluminio, base de la economía nacional.

Montego Bay, al noroeste, es localidad mercantil, meca turística del país y activa escala de cruceros.

En la lista de puertos caribeños están los de Belize City, con su costa baja frente a una barrera coralina, hace siglos un peligro para la navegación pero hoy un atractivo turístico junto a su selvas, y que pasó de mayas a españoles y de éstos a los ingleses.

Puerto Limón, en Costa Rica, también tierra de mezclas interraciales y convergencia de las culturas indígena, afrocaribeña, europea y china.

Colón, principal puerto para el tráfico mercantil en Panamá, próximo a Portobelo, uno de los sitios estratégicos en el trasiego de oro y plata del Nuevo Mundo, con un relevante complejo monumental de arquitectura militar y religiosa de la colonia.

Puerto España, en Trinidad, uno de los más grandes del área; Oranjestad, en Aruba, y Willemstad, en Curazao; George Town, en Caimán, emporio financiero; Bridgetown, Barbados, en la parte más oriental del Caribe y activo punto de cruceros; Fort de France, en Martinica, tierra de selvas y playas, del volcán Pelée y de Josefina de Bonaparte, o Basse-Terre, en Guadalupe, fundada en el siglo XVII…

Son muchas las ciudades-puerto que nos hablan de los dominios holandeses, franceses e ingleses en la región.

Por ellas se entra en la esencias del Caribe, ámbito geográfico de tierra intermitente enlazada por la historia, desbordada diversidad cultural y majestuoso patrimonio monumental y natural, una de las más fecundas encrucijadas del mundo.

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